martes, 25 de marzo de 2014

Mi corazón

Hace, más o menos, tres años y medio terminé una relación larga y tortuosa con una persona que jamás fue para mí y a quien yo no pertenecía. En ese momento, apareció en mi vida él, el chico de la mirada tonta y el perfil más bonito, el chico que me hablaba fuerte y directo, sin tapujos y sin lastimarme aunque a veces fuera muy duro. Al principio, tuve miedo, no quería acercarme a él, no quería que me lastimara. Al final, caí. Me dejé envolver en sus promesas, en su insistencia y en sus chistes tontos. Salimos un par de meses sin darnos un solo beso; estaba todo bien, yo era feliz con sus abrazos, con la forma en la que me agarraba la mano y me dejaba ser yo. Un día me envió un correo electrónico, lo abrí con algo de curiosidad, iba algo así: "... te quiero mucho, pero, la verdad, es que no estoy en capacidad de amar en este momento, creo que es por mi ex". Y yo, a pesar de que sentía el corazón medio roto y tenía, nuevamente, la confianza en cero, decidí tomármelo con la mejor actitud del mundo, decidí ser su amiga: "está todo bien, yo también te quiero, igual podemos seguir siendo amigos", le dije. Así fue, le presenté a dos chicas que le gustaban, seguimos saliendo como amigos, nos seguimos viendo y saludando con un poco más de distancia. 
Pasó el tiempo y yo estuve con uno de mis mejores amigos por casi dos años y medio, fue una relación bonita, con muchos altos y pocos bajos. Yo era feliz, lo amaba, él a mí también, intentamos que todo funcionara lo mejor posible, nos respetamos, nos entendimos, nos cuidamos y nos comprometimos a dar lo mejor de cada uno por ambos. Pero la vida es rara y tiene giros inesperados; por eso, hace ocho meses, esa relación se terminó. Lloré, me dolió mucho, sentí que estaba sola, que no valía la pena volver a acercarme a alguien. Sentí, nuevamente, que las personas no vienen con garantía y que, quizás, yo no podía ser feliz. Ansiedad, psicólogos, un viaje lejos de casa y mucho más pasó por mí mientras estuve sola, fue duro, pero yo soy fuerte a pesar de todo y me recuperé, me levanté otra vez. Estaba tranquila, estaba sola y estable; tenía a mi familia, a mis amigos, todo estaba bien. Hasta que una tarde llegó un mensaje a mi buzón de Facebook: "oye, mala onda, ¿por qué no te tengo en Facebook?" Era el chico del perfil bonito otra vez, sentí como si una máquina del tiempo me hubiese llevado varios años en el pasado, ¿qué le iba a responder? ¿Que lo había eliminado porque a mi ex no le agradaba? No, jamás. Me hice la tonta, como muchas otras veces con muchas otras cosas en mi vida, y volvimos a ser amigos. Hablamos bastante, nos contábamos tonterías y nos mandábamos imágenes graciosas, como siempre, como si nada hubiera pasado. 
Llegó San Valentín, tres amigas iban a visitarme para ver películas terror y comer porquerías como en los viejos tiempos. Entonces, se me ocurrió una "maravillosa idea": invitarlo. Él estaba solo, había terminado con su enamorada hacía unos meses e imaginarlo hongueándose en una fecha así después de tanto hablar con él, se me hacía desagradable; después de todo, eramos amigos. Le pregunté si quería venir, se hizo el gracioso, pero, al final, me dijo que sí y así lo hizo. Cuando llegó, ellas aún no estaban en mi casa, abrí la puerta y lo miré, después de tanto tiempo, seguía teniendo la misma mirada graciosa. Me quedó viendo con media sonrisa en la cara, me saludó y pasó. Era como si los años de lejanía no hubieran existido, conversamos cerca de una hora hasta que las demás personas llegaron. Mientras veíamos películas, me agarró la mano disimuladamente, ya habíamos pasado por eso y yo ya me imaginaba la estampida de sensaciones y sentimientos que aguardaban por mí agazapados detrás de mi adrenalina del momento.
Al día siguiente, me preguntó si quería ir a su casa a ver películas el fin de semana, no pude, me enfermé y, honestamente, esperaba que no volviera a invitarme, pero lo hizo y la siguiente semana estuve ahí, nerviosa, sin saber qué esperar. Me abrió la puerta, perfecto, como siempre, con su sonrisa, sin zapatos y con la barba más corta. Entré, no había nadie en su casa. Decidimos salir a buscar algo de comer antes de que empezara la película que queríamos ver, fuimos y nos reímos mucho todo el camino, volvimos felices con la compra y no vimos una película, vimos varias. Volvió a agarrarme la mano y puso su cabeza en mi hombro, yo estaba a punto de estallar, mi corazón estaba acelerado y a él se le veía tan tranquilo que solo lograba impacientarme más. Después de varias horas y, durante un corte comercial, me besó. Cuatro años después de conocernos, el primer beso. Abrí los ojos como platos y luego los cerré, porque me sentí bien, me sentí inquieta, pero bien. 
Las siguientes semanas nos pasamos los fines de semana viendo películas juntos, besándonos, diciéndonos lo mucho que nos queríamos, abrazándonos bajo la lluvia de verano, haciendo bromas tontas y preparando dulces. Hasta que un miércoles, saliendo del casino, me dijo que debíamos hablar. Yo sabía que algo malo pasaría, no sé si era por mi pesimismo o si era por determinadas actitudes suyas, pero lo intuía. Lo noté ansioso, le dije que se calmara de la forma más dulce que pude y le pregunté qué pasaba. Me dijo que tenía muchas cosas encima, que me quería mucho -esa frase me transportó otra vez al pasado- pero que no podíamos estar juntos en ese momento, que necesitaba tiempo para resolver determinados temas, que sabía que si fuéramos novios nos iría muy bien y que, probablemente, no terminaríamos nunca, pero que no podía, simplemente, no le daba. Yo lo entendí, otra vez, lo entendí. Le dije que lo esperaría, que también lo quería mucho y que comprendía su situación. Nos despedimos con un beso y no lo he visto más hasta este momento. A veces hablamos un poco, pero jamás es cariñoso. Yo lo extraño, no sé si él me extraña. Otra vez habla con su ex, aunque él dice que ya no le gusta y jamás volvería con ella. Y yo, aunque me siento insegura, igual le creo. 
Ya no sé si soy tonta, no sé si el chico del perfil perfecto y la sonrisa tonta es mi amigo, si es el amor que nunca será o si es el chico que algún día me hará feliz de verdad. Solo sé que, si no vuelve, si me mintió, a los veintidós años ya aprendí que, a todo corazón roto siempre le esperan un cigarrillo y varios amigos para aliviar el dolor y que, al final, todo vuelve a la calma al menos por un rato. Así que yo, personalmente, prefiero tener paciencia porque ya sé que sí puedo superar una decepción, pero que no puedo dejar de creer en las personas por más peñascoso que parezca el camino y por más que mi sexto sentido me diga que, al parecer, la desilusión me espera otra vez.

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