viernes, 28 de marzo de 2014

martes, 25 de marzo de 2014

Gajes de ser yo.

Quizás mi más grande problema es amar incondicionalmente. 

No creo ser una buena persona, de hecho, estoy consciente de mis grandes defectos; sin embargo, también estoy segura de que no soy mala en absoluto. Me gusta ayudar a los demás, me agrada escuchar e intentar buscar soluciones a problemas ajenos. El gran conflicto que tengo conmigo misma es que me entrego en cuerpo, mente y alma cuando me meto en algo; ustedes pueden pensar que eso no está mal, pero, de cierta manera, sí lo está. La cuestión es la siguiente: cuando te involucras en un grado intenso con algo que solo depende de ti, está todo bien, porque si fallas, sabes que tienes que cambiar y mejorar, que todo está en tus manos y que la derrota fue solo tuya; el problema aparece cuando te envuelves en algo que no depende solo de ti, o sea, en casi cualquier actividad humana existente, sobre todo, en las relaciones. 

¿Qué te garantiza que la otra persona va a dar tanto como tú? Una vez escuché en una serie que un personaje le decía a otro: "la clave de la felicidad es enamorarte de alguien que esté un poco más enamorado de ti que tú de él". Eso no funciona para mí; hasta ahora, siempre he sido la que pone el corazón en bandeja de plata, la que confía casi ciegamente en la otra persona, la que lucha hasta el final... hasta que ya no puede más. Es que, es parte de mi personalidad, es parte de mí siempre dar lo mejor, no rendirme, no tirar la toalla, no hacer las cosas a medias.Una vez una amiga me dijo: "¿por qué nunca eres tú la que se impone? ¿Por qué nunca eres tú la que pide comprensión?", y es que no lo necesito. Yo soy de esas personas que necesitan ayudar, que necesitan cuidar, que necesitan comprender... y sí, evidentemente, también necesito que me quieran y se preocupen por mí, pero no es prioridad. 

Entonces, cuando esa otra persona se va, normalmente, me deja un hueco enorme en el pecho. Es como si me quitaran el piso bajo los pies y no es porque yo no sea alguien estable o porque no sea fuerte, sino porque siempre siento que todo mi cariño no fue lo que él, sea quien sea, necesitaba. Por eso, he aprendido que está bien que mi cariño no sea suficiente, he aprendido que está bien no ser lo que alguien más necesita, he aprendido a "ponerme el parche" a mí misma porque, la verdad es que, como siempre me repito: "la gente no viene con garantía" y que todos tenemos derecho a ser felices como mejor nos plazca. He aprendido, también, que no quiero dejar de ser como soy porque sé que, algún día, encontraré a esa persona que debe estar a mi lado y que, si no llega jamás, al menos tuve el placer de ser yo misma toda mi vida, aunque eso a veces venga acompañado de un poquito de dolor. 

Mi corazón

Hace, más o menos, tres años y medio terminé una relación larga y tortuosa con una persona que jamás fue para mí y a quien yo no pertenecía. En ese momento, apareció en mi vida él, el chico de la mirada tonta y el perfil más bonito, el chico que me hablaba fuerte y directo, sin tapujos y sin lastimarme aunque a veces fuera muy duro. Al principio, tuve miedo, no quería acercarme a él, no quería que me lastimara. Al final, caí. Me dejé envolver en sus promesas, en su insistencia y en sus chistes tontos. Salimos un par de meses sin darnos un solo beso; estaba todo bien, yo era feliz con sus abrazos, con la forma en la que me agarraba la mano y me dejaba ser yo. Un día me envió un correo electrónico, lo abrí con algo de curiosidad, iba algo así: "... te quiero mucho, pero, la verdad, es que no estoy en capacidad de amar en este momento, creo que es por mi ex". Y yo, a pesar de que sentía el corazón medio roto y tenía, nuevamente, la confianza en cero, decidí tomármelo con la mejor actitud del mundo, decidí ser su amiga: "está todo bien, yo también te quiero, igual podemos seguir siendo amigos", le dije. Así fue, le presenté a dos chicas que le gustaban, seguimos saliendo como amigos, nos seguimos viendo y saludando con un poco más de distancia. 
Pasó el tiempo y yo estuve con uno de mis mejores amigos por casi dos años y medio, fue una relación bonita, con muchos altos y pocos bajos. Yo era feliz, lo amaba, él a mí también, intentamos que todo funcionara lo mejor posible, nos respetamos, nos entendimos, nos cuidamos y nos comprometimos a dar lo mejor de cada uno por ambos. Pero la vida es rara y tiene giros inesperados; por eso, hace ocho meses, esa relación se terminó. Lloré, me dolió mucho, sentí que estaba sola, que no valía la pena volver a acercarme a alguien. Sentí, nuevamente, que las personas no vienen con garantía y que, quizás, yo no podía ser feliz. Ansiedad, psicólogos, un viaje lejos de casa y mucho más pasó por mí mientras estuve sola, fue duro, pero yo soy fuerte a pesar de todo y me recuperé, me levanté otra vez. Estaba tranquila, estaba sola y estable; tenía a mi familia, a mis amigos, todo estaba bien. Hasta que una tarde llegó un mensaje a mi buzón de Facebook: "oye, mala onda, ¿por qué no te tengo en Facebook?" Era el chico del perfil bonito otra vez, sentí como si una máquina del tiempo me hubiese llevado varios años en el pasado, ¿qué le iba a responder? ¿Que lo había eliminado porque a mi ex no le agradaba? No, jamás. Me hice la tonta, como muchas otras veces con muchas otras cosas en mi vida, y volvimos a ser amigos. Hablamos bastante, nos contábamos tonterías y nos mandábamos imágenes graciosas, como siempre, como si nada hubiera pasado. 
Llegó San Valentín, tres amigas iban a visitarme para ver películas terror y comer porquerías como en los viejos tiempos. Entonces, se me ocurrió una "maravillosa idea": invitarlo. Él estaba solo, había terminado con su enamorada hacía unos meses e imaginarlo hongueándose en una fecha así después de tanto hablar con él, se me hacía desagradable; después de todo, eramos amigos. Le pregunté si quería venir, se hizo el gracioso, pero, al final, me dijo que sí y así lo hizo. Cuando llegó, ellas aún no estaban en mi casa, abrí la puerta y lo miré, después de tanto tiempo, seguía teniendo la misma mirada graciosa. Me quedó viendo con media sonrisa en la cara, me saludó y pasó. Era como si los años de lejanía no hubieran existido, conversamos cerca de una hora hasta que las demás personas llegaron. Mientras veíamos películas, me agarró la mano disimuladamente, ya habíamos pasado por eso y yo ya me imaginaba la estampida de sensaciones y sentimientos que aguardaban por mí agazapados detrás de mi adrenalina del momento.
Al día siguiente, me preguntó si quería ir a su casa a ver películas el fin de semana, no pude, me enfermé y, honestamente, esperaba que no volviera a invitarme, pero lo hizo y la siguiente semana estuve ahí, nerviosa, sin saber qué esperar. Me abrió la puerta, perfecto, como siempre, con su sonrisa, sin zapatos y con la barba más corta. Entré, no había nadie en su casa. Decidimos salir a buscar algo de comer antes de que empezara la película que queríamos ver, fuimos y nos reímos mucho todo el camino, volvimos felices con la compra y no vimos una película, vimos varias. Volvió a agarrarme la mano y puso su cabeza en mi hombro, yo estaba a punto de estallar, mi corazón estaba acelerado y a él se le veía tan tranquilo que solo lograba impacientarme más. Después de varias horas y, durante un corte comercial, me besó. Cuatro años después de conocernos, el primer beso. Abrí los ojos como platos y luego los cerré, porque me sentí bien, me sentí inquieta, pero bien. 
Las siguientes semanas nos pasamos los fines de semana viendo películas juntos, besándonos, diciéndonos lo mucho que nos queríamos, abrazándonos bajo la lluvia de verano, haciendo bromas tontas y preparando dulces. Hasta que un miércoles, saliendo del casino, me dijo que debíamos hablar. Yo sabía que algo malo pasaría, no sé si era por mi pesimismo o si era por determinadas actitudes suyas, pero lo intuía. Lo noté ansioso, le dije que se calmara de la forma más dulce que pude y le pregunté qué pasaba. Me dijo que tenía muchas cosas encima, que me quería mucho -esa frase me transportó otra vez al pasado- pero que no podíamos estar juntos en ese momento, que necesitaba tiempo para resolver determinados temas, que sabía que si fuéramos novios nos iría muy bien y que, probablemente, no terminaríamos nunca, pero que no podía, simplemente, no le daba. Yo lo entendí, otra vez, lo entendí. Le dije que lo esperaría, que también lo quería mucho y que comprendía su situación. Nos despedimos con un beso y no lo he visto más hasta este momento. A veces hablamos un poco, pero jamás es cariñoso. Yo lo extraño, no sé si él me extraña. Otra vez habla con su ex, aunque él dice que ya no le gusta y jamás volvería con ella. Y yo, aunque me siento insegura, igual le creo. 
Ya no sé si soy tonta, no sé si el chico del perfil perfecto y la sonrisa tonta es mi amigo, si es el amor que nunca será o si es el chico que algún día me hará feliz de verdad. Solo sé que, si no vuelve, si me mintió, a los veintidós años ya aprendí que, a todo corazón roto siempre le esperan un cigarrillo y varios amigos para aliviar el dolor y que, al final, todo vuelve a la calma al menos por un rato. Así que yo, personalmente, prefiero tener paciencia porque ya sé que sí puedo superar una decepción, pero que no puedo dejar de creer en las personas por más peñascoso que parezca el camino y por más que mi sexto sentido me diga que, al parecer, la desilusión me espera otra vez.

martes, 23 de julio de 2013

Por favor, universo.

Creo que nunca en mi vida había sentido tanta ansiedad. No sé si es porque necesito verte, porque te extraño, porque necesito saber que me amas aún y ya quiero que pasen las horas porque me estoy volviendo loca. Lo que sí sé es que ese porcentaje severo me da demasiado miedo y le ruego al universo que ponga en mí todo lo necesario para resolver esto. Me quedo despierta hasta tarde esperando a que me hables, pero sé que no lo harás... igual, también sé que no espero en vano, porque te amo y quiero que sepas que, de todas formas, aquí estoy y que tengo fe... en ti y en mí.

martes, 27 de noviembre de 2012

jueves, 4 de octubre de 2012

Te amo

Un "te amo", acompañado de miradas cómplices; de sonrisas que no se quieren terminar; de abrazos fuertes; de besos, que podrían durar para siempre; de narices rozándose; de manos enlazadas; de corazones sinceros; de personas que ya cayeron y se levantan juntas; de voluntad de jamás lastimar al otro; de todo el respeto del universo; de confianza; de comprensión; de impulso para uno mismo y para él o ella; de promesas fuertes; de ganas de cuidarse ambos... es un "te amo" de verdad. 


Gracias, mi amor, no sé si leerás esto en algún momento, seguro sí; gracias por eso y más, Emilito. 

viernes, 7 de septiembre de 2012

Cielo

Y, si pudieras ser mejor,
en este mundo no estarías.
Un poquito más
y volarías.